viernes, 15 de enero de 2010

Ingreso a la Cultura del Silencio















"La palabra del que habla es como un pájaro que vuela, buscando en el alma del que escucha un nido de silencio, para anidar creadora".(René Juan Trossero).


Nota de TSR: La realidad de un país centroamericano no está muy lejana de la del nuestro y si queremos cambiar vale la pena educar a nuestros niños desde la escuela. He aquí un ejemplo:



INGRESO A LA CULTURA DEL SILENCIO



De: El Nuevo Diario - Managua, Nicaragua
Por: Doraldina Zeledón Úbeda


Llegan los alumnos, contentos y alborotados. Se saludan. La profesora comienza a pasar la asistencia. “¡No se oye profe! Hable más fuerte”. Y subimos la voz. Empieza la clase. “¿Me escuchan?” ¡No profe! Y subimos la voz. “Hoy vamos a trabajar en grupo”. No se escucha más que el ruido de los pupitres. Pero llega también el ruido de los pasillos...

Terminó la primera clase. Son cuatro. Ahora se parqueó un camión frente al aula. Se va el vehículo, pero un grupo ensaya en la banda musical. Los biombos son tan bajos y con tantas hendijas que se escucha la clase del aula vecina. Y están reclavando el techo, porque el aula se moja. Cerca hay un taller de mecánica y una venta con música a todo volumen. Los buses pasan a toda velocidad y siempre sonando la bocina. Las ventanas no se pueden cerrar por el calor. El ruido entra por todos lados y se une al propio ruido del aula, con 50 y hasta 70 alumnos. Pero la garganta de la profesora es joven. Y los alumnos no se quejan del ruido. Ni la profesora, del aula ruidosa. Y las autoridades de Educación, ¿se preocupan por la calidad acústica de los edificios escolares?

Al final de la jornada la profesora está contenta, le gusta su trabajo; pero no sabe por qué está cansada. Y le preocupa que los estudiantes no asimilaran bien la lección. Al terminar el año, su garganta está gastada. A los diez años de dar clases ya tiene problemas en la voz, y no sólo por la tiza. Además, le duele el oído. Cuando se jubila, ya no puede hablar… O más bien, la jubilan porque no puede hablar, pues si todavía tiene un poco de voz, seguirá en el aula hasta que cuando llegue a vieja, si es que llega, la jubilen. “Usted tiene muy buena voz”, le dirán de seguro en el “Seguro”.

Y el ruido también afecta la atención, la concentración y la escucha del alumno, lo mismo que su salud. Ambos, profesora y estudiantes, tienen que hacer esfuerzos, una para hablar y otros para escuchar y concentrarse. Es que las aulas no son construidas pensando en esto, y muchas veces ni siquiera son edificios escolares.

Para ayudarnos un poco podríamos promover la cultura del silencio, entendido no como indiferencia ante los problemas, sino hablar en voz baja, callar mientras el interlocutor habla. Silencio es la ausencia de ruido o sonidos que molestan o no permiten escuchar ni concentrarnos, para, precisamente, dar una mejor respuesta.

Una forma sería iniciar la clase con una sesión de ingreso al silencio. Si los alumnos no escuchan, en vez de subir la voz, debe bajarla. Contarles algo en voz muy baja, de tal forma que tengan que hacer cada vez más silencio. Al pasar asistencia, podríamos pedir que unos alumnos digan algo y que otro los identifiquen por su voz, así irían acostumbrándose a no hacer ruido y a prestar atención. Se les puede pedir que graben sonidos de la naturaleza, de su barrio o su casa, que presten atención a los sonidos agradables y a los molestos. Junto al valor de la palabra, hablarles del valor del silencio. Y cuando les explicamos cómo hablar en público, enfatizar en cómo escuchar. Si, por ejemplo, escuchamos bien un discurso, podremos saber hacia dónde y cómo dirigir las respuestas. Explicarles los problemas que causa el ruido y los beneficios que, en cambio, nos trae el silencio.

El ingreso del niño a la cultura del silencio debería ser desde que nace, y desde antes, pues está comprobado que el ruido afecta desde que la criatura está en el vientre. Debería iniciarse la educación para la higiene sonora en el hogar, pero como no siempre es así, se les puede pedir a los alumnos que ahí también eviten gritar y no permitan que les griten, que bajen el volumen al televisor. Hay una serie de ejercicios que explican los expertos en ecología acústica o contaminación acústica, como el canadiense Ray Murray Schafer y el argentino Federico Miyara, que podrían implementarse. La educación para la higiene sonora debería ser parte de las clases. El silencio y el ruido deben ser temas de la educación ambiental, como lo son en la educación musical. Y deberían incluirse en las capacitaciones de todas las instituciones, organizaciones, sindicatos, pues nos afecta a todos en todas partes.

Los docentes podríamos ejercitarnos en hablar en voz baja. Las Escuelas Normales deberían contar con foniatras o fonoaudiólogos que enseñen a manejar la voz. Por ser formadoras de docentes deberían ser priorizadas, contar con más apoyo del Ministerio de Educación, de la sociedad, de la empresa privada. Si el futuro está en la niñez y en la juventud, si está en la educación, el futuro está primero en las Escuelas Normales.

Claro, todo queda en “debería”, porque somos un país pobre… empobrecido, saqueado desde adentro y desde afuera. Ya sabemos: dinero hay. Pero las leyes y los derechos se respetan cuando conviene… A propósito de las efemérides de junio: Día del Niño, Día del Medio Ambiente y Día del Maestro.

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